Sentirse amado puede resultar uno de los asuntos más complicados de entender, todos deseamos recibir distintas pruebas de amor, con la finalidad de confirmar que se nos ama. De la misma forma buscamos demostrar el amor a quienes rodean, con el fin de afirmarles que son importantes y haríamos cualquier cosa por ellos. Sin embargo la prueba de amor más grande que pudiera existir, es el servicio. Servir a otros es la prueba de amor por excelencia. Servir significa darle valor a algo, ayudar, trabajar para otro, atender, procurar a alguien más, apoyar. Servir es la mejor prueba de amor, porque significa que dejamos nuestro egoísmo a un lado y decidimos convertir a otra persona en la más importante por un momento. Y es que el sacrificio del ego para el hombre actual, sin duda es un acto de verdadero amor.
En un mundo tan violento, desconsiderado, mal agradecido y voluble, el servicio unos a otros carece de sentido. Pero el servicio no se basa en la bondad de los demás, ni en que tanto lo merezcan, es la clave para parecernos a Dios. Jesucristo es el mejor ejemplo, Dice el evangelio según San Mateo 20:27-28 que quien quiera ser el primero, es decir, el mejor de todos, tiene que ser servir. Esta declaración es contraria a lo que la filosofía actual dicta, servir no nos hace menos, al contrario, nos hace mucho más. Jesucristo dedicó su vida completa a servir.
El apóstol Pablo en su primera carta a los corintios 12:12-19 dice que todos somos miembros de un mismo cuerpo y como tal cada uno tiene una función específica y un objetivo específico. En mi vida diaria no me acuerdo mucho de agradecerle a mi dedo chiquito del pie izquierdo por su increíble función, pero su función es muy importante. De igual manera todo lo que hacemos para ayudar a nuestros semejantes (miembros del cuerpo) es muy importante, ya que nos complementamos. Aunque en ocasiones desearíamos ser autosuficientes, la verdad es que no lo somos, siempre necesitaremos del servicio de los demás. Ser parte del mundo de Dios y sus componentes es la razón por la cual existimos. Fuimos salvos para servir, es decir, Jesucristo vino a salvarnos para que no vivamos hundidos en la peste que acarrea el estilo de vida tan perturbado que el ser humano lleva hoy en día. Pero una vez salvos, la idea de Dios es que sirvamos. La famosa línea que dice “el que no vive para servir, no sirve para vivir” es cierto. Si no cumplimos la función en la tierra para que Dios nos puso aquí nuestra vida no tendrá sentido. Sentirse inútil es el sentimiento más terrible que el ser humano experimenta. Pablo le dice a Timoteo en su segunda carta 1:9 que Dios nos llamó para cumplir su propósito.
Y es que Dios hizo esto para darnos identidad, para afirmar quienes somos y el plan de vida que debemos tener. Servir le da significado a nuestra vida. Para aquellos que conocemos a Dios no es opcional.
La clave está en el equilibrio, es necesario tener la misma porción de fe y de obras (servicio a otros). Santiago hace una reflexión muy interesante en el capítulo 2:14-26 donde nos hace entender que no se vale decir “yo tengo mucha fe en Dios, pero no hago nada por otros”, y de igual forma es inválido decir “yo tengo muchas obras caritativas, pero no tengo fe en Dios”. Ser caritativos jamás nos llevará al cielo, pero tener fe en Dios y ayudar a otros es la forma de experimentar a Dios. Leí que en algunas iglesias en China a aquellos que decidían comenzar a relacionarse con Dios en las iglesias, las primeras palabras que les dicen son: “Jesús ahora tiene un nuevo par de ojos para ver, nuevos oídos para escuchar, nuevas manos para ayudar y un nuevo corazón para amar a otros”.
No hay excusas para servir, ¿cuál es tu excusa? Flojera, falta de iniciativa, depresión, no se hacer nada, falta de tiempo, no se dónde, no tengo nada bueno que aportar, soy tonto, tengo que arreglar mi vida primero… esas son solo algunas excusas, pero para nada válidas. Si leemos la Biblia nos daremos cuenta que todos los personajes que sobresalieron tienen algún “detalle” que los hace los más imperfectos del mundo; mentiras, infieles, torpes, tartamudos, deprimidos, pobres, inmorales, viudos, locos, racistas, etc… ¡No hay excusas! Pero necesitamos sacudirnos las excusas y dejar que Dios use nuestros defectos para el increíble propósito que ya tiene planeado. Si esperamos a arreglar nuestra propia vida y entonces dedicarnos a servir a otros tendríamos que morir, ya que jamás habrá un momento en el que nuestra vida sea como esperamos que sea.
Cambio y Fuera!