¿Has visto Encantada? Es la película perfecta para ejemplificar el contraste entre los cuentos de hadas y la triste realidad. Una doncella de caricatura está "enamorada" de un príncipe azul que no conoce, pero con solo verlo sabe que es el amor de su vida y se casarán para ser felices por siempre. Una bruja malvada quiere evitar que la doncella se convierta en princesa, así que la manda al mundo real... donde no hay finales felices. ¿Sabes a dónde la manda? Nueva York... ¡Irónico!, ¿no?. Estando ahí conoce a "gente normal" que han dejado de creer en cuentos hace muchoo tiempo, porque saben que los finales felices... simplemente no existen.
Hace miles de años al pueblo de Israel, en el cual se basa toda la Biblia, le pasó algo muy parecido. Habían vivido con un sistema político bastante bueno, pero empiezan a ver a otros pueblos y se les antoja lo que ellos tienen. (1ºSamuel 8) Los israelitas, o los ahora judíos, eran gobernados por un grupo de hombres llamados jueces. Dios los seleccionaba y ellos gobernaban al pueblo. Sin embargo, eran el ÚNICO país que era gobernado de esta manera, todos los demás pueblos tenían reyes y reinas. Y es que desde afuera son como ese cuento mágico de Encantada, ¿no? Todos son felices, ríen al ritmo de los cantos de los pájaros y viven en armonía...
La envidia empezó a meterse en los pensamientos israelitas. Comenzaron a pedir y exigir un rey, y convertirse entonces en una monarquía como todos los demás. Querer tener lo que los demás tienen, quererse parecer a otros, ¿te suena familiar?, lamentablemente todos sufrimos de ese mal, en alguna ocasión. Fue tanta la insistencia del pueblo, que el juez de aquel tiempo: Samuel, le pregunta a Dios si la propuesta es viable o de plano la rechazará. Entonces Dios le contesta: (1º Samuel 8:7-9) “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te desprecian a ti, sino a mí me han despreciado, para que no reine sobre ellos. A pesar de todo lo que he hecho por ellos, desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy. Ahora, pues, oye su voz; pero diles que no estás de acuerdo con ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos.” Y seguramente te preguntarás ¿qué tenía de malo tener un rey como los demás países? Como todos sabemos y hemos visto a lo largo de la historia, la gran mayoría de los reyes se enriquecen a costa del pueblo y sus impuestos, la mayoría tiene esposas locas que se gastan la fortuna de la nación en caprichos y berrinches, y la voluntad del rey es la ley en ese lugar. Dios los había estado cuidado de todo esto durante mucho tiempo, sin embargo la necedad les ganó y querían ser como los demás.
Hace miles de años al pueblo de Israel, en el cual se basa toda la Biblia, le pasó algo muy parecido. Habían vivido con un sistema político bastante bueno, pero empiezan a ver a otros pueblos y se les antoja lo que ellos tienen. (1ºSamuel 8) Los israelitas, o los ahora judíos, eran gobernados por un grupo de hombres llamados jueces. Dios los seleccionaba y ellos gobernaban al pueblo. Sin embargo, eran el ÚNICO país que era gobernado de esta manera, todos los demás pueblos tenían reyes y reinas. Y es que desde afuera son como ese cuento mágico de Encantada, ¿no? Todos son felices, ríen al ritmo de los cantos de los pájaros y viven en armonía...
La envidia empezó a meterse en los pensamientos israelitas. Comenzaron a pedir y exigir un rey, y convertirse entonces en una monarquía como todos los demás. Querer tener lo que los demás tienen, quererse parecer a otros, ¿te suena familiar?, lamentablemente todos sufrimos de ese mal, en alguna ocasión. Fue tanta la insistencia del pueblo, que el juez de aquel tiempo: Samuel, le pregunta a Dios si la propuesta es viable o de plano la rechazará. Entonces Dios le contesta: (1º Samuel 8:7-9) “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te desprecian a ti, sino a mí me han despreciado, para que no reine sobre ellos. A pesar de todo lo que he hecho por ellos, desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy. Ahora, pues, oye su voz; pero diles que no estás de acuerdo con ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos.” Y seguramente te preguntarás ¿qué tenía de malo tener un rey como los demás países? Como todos sabemos y hemos visto a lo largo de la historia, la gran mayoría de los reyes se enriquecen a costa del pueblo y sus impuestos, la mayoría tiene esposas locas que se gastan la fortuna de la nación en caprichos y berrinches, y la voluntad del rey es la ley en ese lugar. Dios los había estado cuidado de todo esto durante mucho tiempo, sin embargo la necedad les ganó y querían ser como los demás.
No te pasa que de vez en cuando sabes que tu vida va bien, tienes buenas cosas, no tienes la vida perfecta ni mucho menos, pero tienes lo suficiente para vivir y ser agradecido; sin embargo quisieras tener lo que otros tienen. Es fácil, de lejos todo se ve más lindo, ya de cerca la realidad es diferente. Eso, precisamente le pasaba a este pueblo.
Así que salta a la escena, Saúl. Dice el mismo libro de Samuel que “Saúl, joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo.” Saúl era el más guapo de todos en el pueblo, así que quién mejor que él para representarlos, ¿no?... Pero no es así, a pesar de su belleza física; Saúl jamás hizo caso a la ley de Dios, no le prestó atención al consejo de Dios. Así que cuando llegó el colmo de su berrinche, arranques de ira, desobediencia, egoísmo y despotismo; Dios le dijo que nunca más estaría con él. ¿Te has puesto a pensar qué es lo peor que te pudiera pasar en la vida? Que Dios no esté contigo, ni cerca de ti, ¡garantizado!.
Al ver esto, el pobre Samuel se pone muy triste, su elección no había sido la correcta. Sin embargo, Dios que es mucho más visionario que nosotros le dice: “Oye Samuel no te agüites, he escogido a alguien más, tu vas a ir a ungirlo rey.” Y aquí conoceremos a un tipazo: David. Dios le da instrucciones precisas a Samuel, sobre dónde y cómo encontrará al nuevo rey de Israel. Lo manda al pueblo más chiquito e insignificante de todo el país, a Belén. Con una familia que prácticamente nadie conocía. Samuel se acerca a la casa y le habla al jefe de la familia y le solicita que es urgente que le muestre a todos sus hijos. El pobre hombre no tenía ni idea de lo que estaba pasando, sin embargo tener la presencia de Samuel en su casa era digna de honor, ya que Samuel era el hombre más importante de todo el pueblo de Israel, era el que hablaba con Dios, solo él y nadie más. Comienzan a salir uno a uno los hijos de Samuel y resulta que estaban guapísimos, muy fuertes y de buena presencia. Ante la emoción, Dios le recuerda a Samuel (1ºSamuel 16:7) “No mires a su físico, ni a lo grande de su estatura, porque yo no lo quiero; porque Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón.”” Ante este nuevo estándar, le tienen que decir que NO a los 6 hijos de Isaí, el jefe de la familia. Sin embargo, Dios le recuerda a Samuel que el próximo rey de Israel está en esa familia, así que debe volver a preguntar si no hay otro por ahí. Y en efecto, le mandan a hablar al más pequeño de todos. La verdad es que a su papá ya se le había olvidado que tenía un hijo más, sin embargo el mandan llamar. Este niño es David. Samuel lo ve llegar y de inmediato sabe que él será el próximo rey.
Pero, “¿por qué él y no yo?”, pensaron los hermanos menores. Hay tres razones por las que Dios escogió a David y no a sus hermanos: espiritualidad, humildad e integridad. Si tu pudieras escoger las características del próximo presidente de tu país, ¿cuáles serían?... títulos académicos, experiencia, formación, personalidad, facilidad de palabra, poder… a Dios todas esas características le parecieron las de menor importancia.
¿Espiritualidad? David era pastor de ovejas, es decir, cuidaba las chivas y ovejas de su papá; todo el día, todos los días. Más adelante en la historia veremos que David dedicaba largas horas a componer canciones a Dios, era muy espiritual, así que se hizo muy sensible a escuchar la voz de Dios.
¿Humilde? Repito, David cuidaba las ovejas y las chivas de su papá. Esa era su profesión, labor, actividad y forma de vida. David estaba acostumbrado a servir a otros, desde una oveja hasta sus hermanos. Ser humilde es tener un corazón sencillo y dócil, David lo había desarrollado a lo largo de los años. Además, a pesar de tener el trabajo más aburrido, odioso y sin mucho protagonismo o adrenalina, era muy fiel a lo que le tocaba hacer. Aun cuando Samuel le dice que va a ser el próximo rey de su país, terminando la plática, se tuvo que regresar a cuidar a sus animalitos. Respetaba completamente a su autoridad, aunque era el rey electo, no andaba de presumido ni se desobligó de lo que le tocaba. El tenía carácter, no solo una imagen bonita.
¿Integridad? Ser íntegro es ser completo, cabal, inocente, tener un estilo de vida sencillo y honorable. Era justo el estilo de vida de David. Era auténtico, era exactamente el mismo allá en el monte con sus chivas y ovejas, que frente al gran Samuel. No fingía nada de nada.
Lo increíble de esta historia es que años más tarde David se convertirá en el mejor rey de su nación. Pero, cómo le hizo para estar listo, y lo más increíble de todo, para tener un corazón como el que Dios quería. La respuesta es que Dios lo capacitó para eso. Cuatro diferentes formas usó Dios para moldear su vida en algo más que una cara bonita.
Primero, la soledad. David estuvo solo durante años en el campo cumpliendo fielmente con sus labores, es ahí donde aprendió a enfrentar sus temores, y lo más importante, dominar sus pensamientos. ¿Cómo te llevas con tus pensamientos? O serás de esos que evitan a toda costa estar solos. No significa que Dios quiere aislarte del mundo, sin embargo necesitas estar solo para poder confrontarte y decidir cambiar.
Segundo, el anonimato. ¿Haz escuchado alguna vez acerca de algún pastor (cuidador de ovejas y chivas famosos)? ¡¡¡Claro que no!!! Porque es el trabajo más anónimo que existe y ha existido. No creo que sus hermanos al reunirse en la cena le preguntarán “oye David y qué novedades con las chivas”…. Su carácter y firmeza se formó sin aplausos ni ovaciones.
Tercero, la monotonía. ¿Qué tan rápido nos aburrimos de nuestras actividades? Constantemente queremos cambiar, innovar, hacer las cosas diferentes, porque nos aburrimos. Esperamos que la vida siempre sea una sorpresa, emoción y cambio. Pero muchas veces Dios hará de nosotros algo más que una cara bonita, en la monotonía. Sencillo, sé fiel a las tareas cotidianas, humildes, insignificantes, comunes, corrientes, aburridas y rutinarias de la vida.
Cuarto y último, la disciplina. A pesar de ser el peor oficio, cuidar ovejas y chivas requiere inmensa disciplina. Levantarse temprano, alimentar a los animales, curarlos en enfermedades, estar al pendiente de que no les pase nada, contarlas y no dejar que te las roben o que las maten… que se pierdan. Solo en la disciplina te volverás experto, para entonces sobresalir.
Si te preguntas, así como los hermanos de David, “¿por qué él y yo no?”, entonces recuerda que para que seas tú, es necesario poner atención a las cosas pequeñas y ser muy disciplinado y fiel en aquello que no nos gusta hacer, pero que seguramente nos servirá en el futuro. Diferente a nosotros, cuando Dios desarrolla nuestras cualidades internas nunca tiene prisa. No creamos que David ya sabía el final de la historia, el no tenía ni idea que sería un gran rey, rico y poderoso. Pero había decidido ser fiel, constante, disciplinado, espiritual, humilde e íntegro. Tu puedes ser el próximo y que otros digan ¿por qué tú?.
¡Cambio y Fuera!