"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos." (Mateo 5:3)
Esta historia trata acerca de un hombre muy rico que tenía dos hijos, el menor de ellos siendo joven pidió su parte de la herencia y se va a probar suerte. Malgastó la fortuna, y terminó cuidando cerdos y alimentándose de lo que ellos comían. Justo cuando sintió tocar fondo, vino a su memoria los buenos tiempos en casa de su padre, y como hasta los sirvientes vivían y la pasaban mejor que él. Por lo tanto, decidió regresar y pedir clemencia, ni siquiera aspiraba a regresar como “hijo”, con ser sirviente sería más que suficiente. Reconoció su ineptitud ante la vida, su impotencia, su insuficiencia. ¿Te suena familiar? Es la parábola del hijo pródigo. Al final de la historia el joven aprende el significado de la primera bienaventuranza que Jesús menciona en el famoso sermón de la montaña.
“Bienaventurados los pobres en Espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. (San Mateo 5:3)” Cuando Jesús le dice a la multitud que aquellos que son pobres de espíritu deben sentirse felices y muy dichosos, redefine el término. Los pobres en espíritu no exhiben su pobreza. Muchos creen que la pobreza de espíritu tiene que ver con una fe chiquitita, o con dar una imagen miserable, falsa humildad. Pero el significado divino no tiene nada que ver con eso. Ser pobre de espíritu es dejar el ego a un lado. En su primera carta Pedro dice: “Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte en Su tiempo”. (1ªPedro 5:6).
La pobreza de espíritu radica en SOLO confiar en Dios. Es reconocer nuestra insuficiencia, sentirnos incompletos. Ser “ineptos” para vivir si Dios no está de nuestro lado. Él nos ha dado la bendición de vivir, pero si no fuera por eso no podríamos hacerlo. San Juan 10:10 dice que “el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” Solamente a través de Jesús tenemos mucha vida. Has escuchado que “siempre hay alguien en peores condiciones que tu”, frase común para dar ánimo y alentar. Sin embargo Jesús cambia el sentido y nos reta a sentirnos inferiores a Dios y a los demás. Reconocer que solamente en Dios está la raíz de la vida.
Después de todo lo escrito, ¿conoces a alguien pobre de espíritu? Porque suena bastante difícil adoptar esta actitud en la vida diaria. Sin embargo la Biblia relata dos ejemplos, la primera es la parábola del Hijo pródigo (Lucas 15:11-32), mencionada al inicio. El joven dejó su ego y reconoció que era nada sin su padre, Dios espera que reaccionemos de la misma forma. Espera que dejemos la vida loca que solemos llevar y nos enfoquemos solo en Él, vale la pena reconocerlo a tiempo y no cuando estemos comiendo junto a los cerdos.
La segunda historia es la parábola del fariseo y el publicano, dos hombres dedicados a la política y reglas sociales del tiempo de Jesús (Lucas 18:11-14). El fariseo, de pie oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, apiádate de mi, pecador. El ejemplo es bastante claro, el fariseo presumido no se le escapaba ni un solo elogio para él mismo, pero su altivez de espíritu fue justo lo que Dios reprobó de él. En cambio, el publicano reconocía que no era digno de nada, que era pecador, y con actitud sencilla pidió ayuda a Dios.
Reconozcamos que somos pecadores, no hay que olvidar que no hay pecados grandes ni chiquitos, todos fallamos constantemente. Pablo en su carta a los Romanos 3:22-23 nos recuerda que “Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” Leí algo muy interesante: De lo necesario, lo imprescindible, de lo imprescindible lo verdaderamente necesario. Ser pobre de espíritu es buscar aquello que realmente es indispensablemente necesario en nuestra vida, es decir, Dios. Dios debe ser el enfoque principal en nuestra vida.
Heredar el reino de los cielos me suena a que recibiremos la “lotería del cielo”. Cuando Jesús nos dice en el sermón de la montaña que si somos pobres de espíritu heredaremos el cielo, se refiere a tres regalos buenísimos. El primero es el perdón de pecados. El perdón llega cuando estamos realmente arrepentidos, es decir, dispuestos a no reincidir en aquello que sabemos es incorrecto y nada provechoso. En segundo lugar, la herencia se vive en el compañerismo, tener pobreza de espíritu nos une a otros, nos da la oportunidad de ser excelentes compañeros de vida y buscar semejantes. Y el último regalo al heredar el cielo es el don de la vida. En el evangelio según San Juan 5:24, Jesús dijo: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” Solo en Jesús tenemos vida, cuando decidimos recibirla.
La pobreza de espíritu debe ser la base de la vida de cualquiera que dice creer en Dios. Es la base del cristianismo. La famosa ley de oro: “amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo”, tiene su fundamento en esta bienaventuranza. Amar al prójimo resulta complicadísimo, amar a quien te ha traicionado, a quien ha mentido, a quien ha lastimado o mostrado indiferencia, resulta casi imposible; sin embargo Jesús nos dice que en eso se resume creer en Él. Solamente siento pobres de espíritu, dejando a un lado el egoísmo, entonces nos será menos complicado amar a los que nos rodean. Jesús es el ejemplo perfecto, la carta de Pablo a los filipenses 2:5-8 lo resume: “Tengan ustedes este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” Jesús era Dios cuando vino a la tierra, estaba en el cielo, lleno de gloria, majestuosidad, en el lugar perfecto… pero aun así, decidió humillarse y hacerse hombre para salvarnos. ¿Crees en Jesús? Entonces sigue su ejemplo, si Él lo hizo no tenemos excusas para no hacerlo.
No somos dueños de nosotros mismos, somos de Dios. Y Dios mismo, a través de Jesús, decidió ser pobre de espíritu y venir a la tierra a salvarnos, cuanto más nosotros. Has una pausa en tu vida y reconoce que sin Dios, solo serás un inepto más, sólo en Él encontrarás la fórmula para el verdadero éxito.
¡Cambio y fuera!