martes, 17 de enero de 2012

Manso no Menso

La capacidad para soportar reproches y ofender con moderación, y no embarcarse en venganzas rápidamente, y no ser provocado fácilmente a enojo, sino estar libre de amargura y de contención, teniendo tranquilidad y estabilidad en el espíritu.” Aristóteles, en la definición anterior, se refiere a la mansedumbre. Y es que ser manso no tiene nada que ver con ser menso. La mansedumbre se cita en la Biblia como una parte del fruto del Espíritu Santo en nuestra vida. Es una condición benigna, suave, apacible, sosegada, tranquila, el que no es bravo. También se relaciona con la humildad, virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones  debilidades  y obrar de acuerdo con este conocimiento. Se relaciona con la sumisión o rendimiento.

Hablar de humildad o mansedumbre en el mundo actual, donde el ser humano vive por y para sí mismo solamente, es complicado. Sin embargo cuando leemos la carta de Pablo a los Gálatas en el capítulo 5, acerca de la naturaleza del hombre, el odio, el rencor, la inmoralidad, los excesos, entre otros; el autor complementa que la clave está en tener el fruto que solo la presencia de Dios da en nuestra vida. Parte de este fruto es la humildad. La humildad de Dios se refiere a la virtud de la cual el hombre no se deja arrebatar fácilmente de la cólera con motivo de las faltas o el enojo de los demás. Es el equilibrio entre la impulsividad y la cobardía. No tiene nada que ver con la debilidad, pues es una cualidad fuerte por excelencia. Es la manera que reaccionamos ante las ofensas de los demás. ¿Eres de mecha corta? Entre más rápido es la capacidad de respuesta del mundo actual, la mecha se ha vuelto más corta. Cada vez nos enojamos más rápido, exigimos, reclamamos, explotamos y dejamos que la ira nos controle. La humildad o mansedumbre que Dios propone es aquella donde es válido enojarse por el motivo correcto, y contra las personas correctas, y de la manera correcta, y en el momento correcto, y por el tiempo correcto.

La mansedumbre es una prueba de fortaleza y no de debilidad. Jesús es el mejor ejemplo. En el evangelio según Juan 2:14-17 nos relata la historia de cuando Jesús, literalmente, se enfureció en el templo. Jesús llega y sorprende a mucha gente en plena vendimia, glotonería y borrachera afuera del templo, y claro que Jesús se enoja muchísimo y los corre a todos. No estaba en contra del comercio, la comida, la bebida o la convivencia, pero sí en contra del desenfreno y del uso incorrecto del templo. No fue nada menso, fue firme. En muchas ocasiones durante la lectura de los evangelios, vemos como Jesús reprendía fuertemente a los fariseos, les llamaba hipócritas. Sin embargo, nunca veremos que explote o salga de sus cabales.

Moisés, en el antiguo testamento, también demuestra su mansedumbre, se enoja cuando es necesario. El libro de Éxodo 32:19-20 relata “Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel.” Moisés había estado en la presencia de Dios recibiendo los 10 mandamientos, dejó al pueblo encargado con Josué. Y al pobre de Josué se le hizo fácil hacerle caso a las necedades del pueblo, quienes le pidieron una estatua con forma de becerro de oro a quien adorar, porque “de plano” no veían claro que Moisés regresara. Era un motivo muy fuerte para que Moisés al ver esto se molestara. Sin embargo él mismo tiene una opinión humilde de sí mismo y buscar ayudar al pueblo a conseguir el perdón de Dios. En aquel tiempo no podían solo hincarse y pedir perdón, era necesario un protocolo mayor. Así que en los versículos del 30 al 32 del mismo capítulo, vemos relatada la reacción de Moisés: “Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Ustedes han cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Dios; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. Entonces volvió Moisés a Dios, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, quítame ahora de tu libro que has escrito.” Moisés estaba dispuesto a que Dios lo  castigara a él, con tal de que perdonara al pueblo. Era manso, no menso. Se enojaba por los motivos adecuados, pero permanecía humilde delante de Dios.

El autor William Barclay menciona lo siguiente, “La mansedumbre/humildad, entonces, es esa cualidad virtuosa por la que tratamos a todos los hombres con cortesía perfecta, que podemos reprender sin rencor, que podemos discutir sin intolerancia, que podemos enfrentar la verdad sin resentimiento, que podemos estar enojados y sin pecar, que podemos ser gentiles y sin embargo no ser débiles.”

Como seguidores de Jesús, particularmente vivimos para recibir la Palabra de Dios con mansedumbre, según la carta de Santiago 1:21 “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibamos con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. ” Seamos humildes al escuchar lo que Dios nos tiene que decir, no lo sabemos todo, y con el conocimiento que tenemos con frecuencia la regamos. Pablo en su carta a los Gálatas 6:1 nos recuerda que “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. ” Si te das cuenta que alguien está pecando, Pablo nos motiva a decirle con MANSEDURMBRE, es decir, siempre humildes, no vaya siendo que caigamos igual o peor. Dice Santiago 3:13 que si alguno de nosotros quiere mostrarse sabio o inteligente, la forma correcto de demostrarlo es a través de las buenas obras con mansedumbre y humildad.
Vivir la vida con éxito requiere caminar con la ayuda del Espíritu Santo.  Buscando ser gentil en las pruebas, no débil o cobarde, es la humildad en conjunto con el dominio propio, lo que nos ayuda a tener éxito y vivir plenamente. El reto es ser siempre manso, nunca menso.

Cambio y Fuera!

lunes, 16 de enero de 2012

Autocontrol

Dices creer en Dios y ser religioso, pero no controlas tus palabras, tu propia lengua; entonces eres un hipócrita. (Santiago 1:26). El ser humano ha desarrollado muchas capacidades y ha logrado dominar el mundo entero, sin embargo carecemos de dominio propio, no somos capaces de templarnos a nosotros mismos. El dominio propio es la virtud más cotizada hoy en día. Ser templado o tener dominio propio significa ser moderado, sobrio, contenerse. “Donde subsiste esta virtud, la tentación puede tener poca influencia.” (Macknigth). En conclusión es la virtud que surge de la autodisciplina.

La templanza o dominio propio debe ser añadido al conocimiento, es decir, primero leemos y aprendemos, pero inmediatamente lo debemos poner en práctica.
El rey Salomón dice en Proverbios 16:32 que es más fácil capturar una ciudad que dominar nuestro espíritu. En el 25:28 dice que como ciudad derribada y sin protecciones es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda. El apóstol  Santiago escribe que el primer y más difícil paso es dominar nuestra propia lengua. En los primeros capítulos hace una comparación bastante interesante, de cómo puede ser más fácil controlar el incendio de un bosque, que la lengua de un ser humano. Somos capaces de domar bestias muy salvajes, pero se nos complica quedarnos callados, de la misma boca donde salen bendiciones salen maldiciones y palabras de muerte. ¿Cómo puede ser esto?

Solamente en Jesús obtendremos la fortaleza que necesitamos para desarrollar dominio propio. En la carta a los Romanos 7:14-25, el apóstol Pablo nos menciona ideas difíciles de aceptar, sin embargo al entenderlas seremos capaces de mejorar nuestra vida. Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Seguramente te ha pasado que haces lo opuesto a lo que realmente quieres, ¿cierto?, Pablo lo relata, nos dice que no somos capaces de hacer lo que deseamos, aunque tengamos toda la disposición de hacerlo. Segundo punto, vivimos cautivos del pecado. Lo que nos lleva al tercer punto, estamos desesperados y la ÚNICA respuesta es Jesús.  Mismo Pablo nos relata en su carta a los Gálatas 5:17 lo difícil que es vivir esta vida, y como es una batalla constante, pues nuestra naturaleza nos lleva al desenfreno, sin embargo solo Jesús nos da esperanza.

Siendo Dios a través de Jesús la única respuesta, solamente nos queda tomar nuestra responsabilidad. Debemos creer en Su palabra, como dice la carta a Filipenses, “todo lo puedes en Cristo que te fortalece”. Y con esa fe, continuar con el proceso. Pedirle a Dios que sea Él quien actúe en nosotros. El libro a los Colosenses nos reta a  matar nuestras características terrenales. Revestirnos de Cristo y crecer diariamente. Trabajar como si todo dependiera de nosotros. Sin embargo no estamos solos, tenemos a Dios de nuestro lado.

Todos necesitamos desarrollar dominio propio. La manera en que pensamos, lo que comemos, hablamos, cómo administramos el dinero, el uso que le damos a nuestro tiempo, en nuestras actitudes diarias, para buscar a Dios, para vencer la lentitud y la pereza, para servir a Dios, en los deseos sexuales, en todo.

¿Qué tanto controlas tu sexualidad? O será que como la mayoría hoy en día… Dejas que tu sexualidad te controle. La primera carta de Pablo a los Corintios capítulo 10 versículo 23 dice: “todo me es lícito, pero no todo me conviene, todo me es lícito, pero no me dejaré dominar”. Aunque no lo creas, Dios no prohíbe, en Él tenemos un estilo de vida que nos lleva a la eternidad. Que se pueda hacer, que los “astros” se acomoden para que lo puedas hacer, o lo que es peor, que lo sepas hacer; no significa que es lo correcto y lo más conveniente. En el capítulo 6 de la primera carta a los Corintios nos hace reflexionar de manera interesante diciendo, “huyan de toda inmoralidad sexual, ¿Acaso no saben que son templo del Espíritu Santo?, es decir, no son  de ustedes, son de Dios.” No somos dueños de nuestro cuerpo, solo Dios es dueño. Actualmente menos del 30% de las mujeres llega virgen al matrimonio, ¿qué porcentaje de hombres? Solo en Dios puedes tener dominio de ti mismo y de tus hormonas. ¿Has escuchado esas frases sobre “experimentar”, “dejar ser”, etc.? La Biblia, la palabra de Dios, tiene como objetivo que logremos el éxito en todo sentido, y busca que evitemos la mayor cantidad de errores. Sin embargo es nuestra decisión.

Al buscar hacer la voluntad de Dios, el dominio propio será una consecuencia. Es necesario ser constantes y perseverantes para lograrlo.  La mejor analogía es sobre las palmeras, estas se doblegan con los fuertes vientos y tormentas en las playas, sin embargo nunca se rompen; a pesar de que se doblen casi 90º grados, jamás se rompen. Recuerda que puedes resbalar, pero nunca caer.

Cambio y Fuera!