La capacidad para soportar reproches y ofender con moderación, y no embarcarse en venganzas rápidamente, y no ser provocado fácilmente a enojo, sino estar libre de amargura y de contención, teniendo tranquilidad y estabilidad en el espíritu.” Aristóteles, en la definición anterior, se refiere a la mansedumbre. Y es que ser manso no tiene nada que ver con ser menso. La mansedumbre se cita en la Biblia como una parte del fruto del Espíritu Santo en nuestra vida. Es una condición benigna, suave, apacible, sosegada, tranquila, el que no es bravo. También se relaciona con la humildad, virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones debilidades y obrar de acuerdo con este conocimiento. Se relaciona con la sumisión o rendimiento.
Hablar de humildad o mansedumbre en el mundo actual, donde el ser humano vive por y para sí mismo solamente, es complicado. Sin embargo cuando leemos la carta de Pablo a los Gálatas en el capítulo 5, acerca de la naturaleza del hombre, el odio, el rencor, la inmoralidad, los excesos, entre otros; el autor complementa que la clave está en tener el fruto que solo la presencia de Dios da en nuestra vida. Parte de este fruto es la humildad. La humildad de Dios se refiere a la virtud de la cual el hombre no se deja arrebatar fácilmente de la cólera con motivo de las faltas o el enojo de los demás. Es el equilibrio entre la impulsividad y la cobardía. No tiene nada que ver con la debilidad, pues es una cualidad fuerte por excelencia. Es la manera que reaccionamos ante las ofensas de los demás. ¿Eres de mecha corta? Entre más rápido es la capacidad de respuesta del mundo actual, la mecha se ha vuelto más corta. Cada vez nos enojamos más rápido, exigimos, reclamamos, explotamos y dejamos que la ira nos controle. La humildad o mansedumbre que Dios propone es aquella donde es válido enojarse por el motivo correcto, y contra las personas correctas, y de la manera correcta, y en el momento correcto, y por el tiempo correcto.
La mansedumbre es una prueba de fortaleza y no de debilidad. Jesús es el mejor ejemplo. En el evangelio según Juan 2:14-17 nos relata la historia de cuando Jesús, literalmente, se enfureció en el templo. Jesús llega y sorprende a mucha gente en plena vendimia, glotonería y borrachera afuera del templo, y claro que Jesús se enoja muchísimo y los corre a todos. No estaba en contra del comercio, la comida, la bebida o la convivencia, pero sí en contra del desenfreno y del uso incorrecto del templo. No fue nada menso, fue firme. En muchas ocasiones durante la lectura de los evangelios, vemos como Jesús reprendía fuertemente a los fariseos, les llamaba hipócritas. Sin embargo, nunca veremos que explote o salga de sus cabales.
Moisés, en el antiguo testamento, también demuestra su mansedumbre, se enoja cuando es necesario. El libro de Éxodo 32:19-20 relata “Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte.
Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel.” Moisés había estado en la presencia de Dios recibiendo los 10 mandamientos, dejó al pueblo encargado con Josué. Y al pobre de Josué se le hizo fácil hacerle caso a las necedades del pueblo, quienes le pidieron una estatua con forma de becerro de oro a quien adorar, porque “de plano” no veían claro que Moisés regresara. Era un motivo muy fuerte para que Moisés al ver esto se molestara. Sin embargo él mismo tiene una opinión humilde de sí mismo y buscar ayudar al pueblo a conseguir el perdón de Dios. En aquel tiempo no podían solo hincarse y pedir perdón, era necesario un protocolo mayor. Así que en los versículos del 30 al 32 del mismo capítulo, vemos relatada la reacción de Moisés: “Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Ustedes han cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Dios; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado.
Entonces volvió Moisés a Dios, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro,
que perdones ahora su pecado, y si no, quítame ahora de tu libro que has escrito.” Moisés estaba dispuesto a que Dios lo castigara a él, con tal de que perdonara al pueblo. Era manso, no menso. Se enojaba por los motivos adecuados, pero permanecía humilde delante de Dios.
El autor William Barclay menciona lo siguiente, “La mansedumbre/humildad, entonces, es esa cualidad virtuosa por la que tratamos a todos los hombres con cortesía perfecta, que podemos reprender sin rencor, que podemos discutir sin intolerancia, que podemos enfrentar la verdad sin resentimiento, que podemos estar enojados y sin pecar, que podemos ser gentiles y sin embargo no ser débiles.”
Como seguidores de Jesús, particularmente vivimos para recibir la Palabra de Dios con mansedumbre, según la carta de Santiago 1:21 “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibamos con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. ” Seamos humildes al escuchar lo que Dios nos tiene que decir, no lo sabemos todo, y con el conocimiento que tenemos con frecuencia la regamos. Pablo en su carta a los Gálatas 6:1 nos recuerda que “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. ” Si te das cuenta que alguien está pecando, Pablo nos motiva a decirle con MANSEDURMBRE, es decir, siempre humildes, no vaya siendo que caigamos igual o peor. Dice Santiago 3:13 que si alguno de nosotros quiere mostrarse sabio o inteligente, la forma correcto de demostrarlo es a través de las buenas obras con mansedumbre y humildad.
Vivir la vida con éxito requiere caminar con la ayuda del Espíritu Santo. Buscando ser gentil en las pruebas, no débil o cobarde, es la humildad en conjunto con el dominio propio, lo que nos ayuda a tener éxito y vivir plenamente. El reto es ser siempre manso, nunca menso.
Cambio y Fuera!