Un día un
hombre que sabía mucho sobre la ley de Dios se acercó con Jesús y le preguntó
algo complicado, con la firme intención de probarlo: ¿qué debo hacer para tener
la vida eterna?, a lo que Jesús contestó: ¿Sabes lo que dicen los libros de la
ley de Dios?, y el maestro de la ley respondió, citando de memoria Deuteronomio
6:5 y Levítico 19:18): “Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que
vales y con todo lo que eres, y cada uno debe amar a su prójimo como se ama a
sí mismo”. Jesús le dijo: ¡Muy bien! Si haces eso tienes la vida eterna. Pero
el maestro de la ley no se quedó muy contento con la respuesta así que volvió a
preguntar: ¿Pero quién es mi prójimo?. Y entonces Jesús decidió contar una
historia, y es de la que hablaremos el día de hoy.
La historia
está buenísima, léela con cuidado: “Un día, un hombre iba de Jerusalén a
Jericó. En el camino lo asaltaron unos ladrones y, después de golpearlo, le
robaron todo lo que llevaba y lo dejaron medio muerto. »Por casualidad, por el
mismo camino pasaba un sacerdote judío. Al ver a aquel hombre, el sacerdote se
hizo a un lado y siguió su camino. Luego pasó por ese lugar otro
judío, que ayudaba en el culto del templo; cuando este otro vio al hombre, se
hizo a un lado y siguió su camino. »Pero también pasó por allí un extranjero,
de la región de Samaria, y al ver a aquel hombre tirado en el suelo, le tuvo
compasión. Se acercó, sanó sus heridas con vino y aceite, y le puso vendas. Lo
subió sobre su burro, lo llevó a un pequeño hotel y allí lo cuidó. »Al día
siguiente, el extranjero le dio dinero al encargado de la posada y le dijo:
“Cuídeme bien a este hombre. Si el dinero que le dejo no alcanza para todos los
gastos, a mi regreso yo le pagaré lo que falte.”” (Lucas 10:25-37)
¿Tú crees que el experto de la ley no sabía quién era su
prójimo?… ¿quién es tu
prójimo? ¡todos! Literalmente es tu prójimo, todo el que esté cerca de ti, así
que entre más te muevas eso te lleva a que todos con los que te relacionas sean tu prójimo,
y hace que el mandamiento se vuelva la regla de oro y la más complicada.
Sabemos que debemos amar al prójimo, pero somos selectivos en cuanto quien debe
ser amado y quien no.
Lo que
sucede en la historia es increíble. El relato dice que un extranjero pasó, pero
específicamente era un de la región de Samaria. Debes saber que los judíos
consideraban a los samaritanos una raza inferior, no cruzaban palabra con
ellos. El hombre lastimado era un judío y pasan dos judíos, y deciden no
ayudarlo, pero pasa un hombre de raza “inferior” y hace todo por él.
Pero el
samaritano que se detuvo a ayudar había aprendió a honrar a todos sin
importarles su condición. El samaritano no vio a un judío, sino a un hombre en
necesidad. Desarrolló la compasión. No solo se le acercó, en contraste con los
otros dos, sino que le curó sus heridas. La historia da a entender que el
samaritano iba de viaje por algún asunto, pero le da prioridad a ayudar al
herido. ¿Qué más podía hacer por el pobre hombre? Lo deja en una posada y paga
para que lo atiendan bien. Esto solo lo haces por su amigo súper especial o por
un familiar, no lo haces un por un desconocido.
El reto está
en 1ª Juan 4:20: “Si decimos que amamos a Dios, y al mismo tiempo nos
odiamos unos a otros, somos unos mentirosos. Porque si no amamos al hermano, a
quien podemos ver, mucho menos podemos amar a Dios, a quien no podemos ver.” ¿Estás listo?
¡Cambio
y fuera!
No hay comentarios:
Publicar un comentario