En las primeras expediciones del hombre a la
luna, los astronautas eran estudiados por expertos, tanto física como psicológicamente; y es que el suceso que estaban
por vivir cambiaría su vida y la percepción de la misma para siempre. Así que
antes de partir, en su entrenamiento, se les pedía proporcionar 20 respuestas
coherentes a la pregunta: ¿Quién eres?.
Y tú, ¿sabes quien eres?. Dicen los psicólogos que el proceso de autodescubrimiento de
nuestra identidad empieza en la pubertad y termina en la juventud… Pero la
realidad es que conozco muchísimos, si no es que todos, adultos que siguen
buscando un significado real y profundo a su interrogante interna y eterna.
¿Quién eres? Hay millones de respuestas: soy
mujer, hombre, ser humano, hijo, estudiante, profesionista, parte del mundo, el
conjunto de las cosas que quisiera no ser, mis logros, mis pecados… ¿quién eres? Filósofos llevan siglos buscando
dar una respuesta que logre satisfacer a la gran mayoría, pero siguen si tener
éxito.
La realidad es que somos tres tipos de
personas, es decir, nuestra identidad se divide en tres. La primera es la
persona que crees que eres, es decir el concepto que tienes de ti mismo, como
te percibes; sin embargo este concepto es muy cambiante. La segunda es la
persona que los demás dicen que eres, cómo te perciben los demás. ¿Alguna vez
has grabado tu voz en la computadora, la radio o algún video; y te has escuchado
después de eso?.... ¿Cómo se oye tu voz? La verdad es que no hay nada más
frustrante que oírnos a nosotros mismos en alguna grabación, ¡es terrible!.
Porque al escucharnos estamos seguros que nuestra voz “no es así”, se oye mucho
peor de lo que la imaginábamos. Lo mismo sucede con nuestra identidad, la
percepción que tenemos de nosotros mismos dista mucho de la percepción que
tienen los demás. Y el tercer tipo de persona es lo que Dios, nuestro creador,
cree que somos; pero eso lo mencionaremos más adelante.
Entonces en ese conflicto interno que tenemos
desarrollamos la famosa identidad desconocida, es decir, ni siquiera nosotros
mismos nos entendemos. Según el resto del mundo, somos lo que nos esforzamos y
por lo tanto nos merecemos; es decir, entre más te esfuerces más tienes y más
logras, si no lo haces no mereces nada. Nos hacen creer que somos cierto estilo
de persona, dejamos que se nos encaje con alguna moda o género y actuamos de
esa manera. Me recuerda el libro de la famosa escritora mexicana Guadalupe
Loeza “Las niñas bien”, donde se hace un análisis crítico muy detallado de los
diferentes círculos sociales de los jóvenes y jovencitas mexicanos,
específicamente de la Ciudad de México hace algunos años. Ella menciona
diferentes tipos de grupos sociales y sus características muy peculiares, “las
niñas bien fresas”, “las niñas bien nacas”, “los niños bien hijos de papi”,
etc… Y, es que así nos comportamos, conforme vamos creciendo encontramos algún
grupo que tiene características atractivas y buscamos adoptarlas para encajar y
pertenecer. También nos comparamos
constantemente con el más fuerte de nuestra especie, es decir, con aquellos que
consideramos héroes o modelos a seguir. Pero la verdad es que cuando buscamos
que nuestra identidad se vea representada por lo que la sociedad marca, siempre
veremos que nuestra peor característica va a ser la popular. Pon atención
a los apodos de tus amigos, o el tuyo, ninguno es por alguna característica
positiva, todos son en tono de burla y sarcasmo… y ya nos acostumbramos.
Y a pesar de todos nuestros esfuerzos por
determinar una identidad adecuada terminamos sintiéndonos insatisfechos,
infelices, confundidos y bastante inconformes. Pasamos toda la vida
estudiando quienes somos y no llegamos a nada. Ahora veamos el tercer punto de
vista, ni el propio, ni el de los demás… el de Dios. ¿Quién eres para Dios?. Y
es una pregunta tan interesante que amerita unos minutos de tu reflexión
personal, ¿quién crees que eres para Dios?, ¿qué dirá Dios de ti?
Te tengo noticias, Dios nos ve a todos
igualitos. Somos su creación, todos igual de pecadores unos que otros.
Particularmente a los pecados me gusta llamarles cochinaditas internas, porque
todos las tenemos, sin embargo buscamos culpar a los demás de las suyas y esconder
las nuestras. Pero para Dios somos igualitos, gente con mil cochinaditas que
necesitan perdón. Y por eso mandó a Jesús a morir por nosotros, para que cuando
tu decides que Jesús viva en ti, entonces Dios ya no ve tus pecadillos, ahora
ve a Jesús antes de ti y todo lo malo se ve borroso. ¡Es increíble!, ¿quién
hace eso por nosotros?... ¡NADIE!, solo Dios. Nos da una vida completamente
nueva, como menciona el apóstol Pablo en Efesios 4:20-21 (NVI) “Si de veras
se les habló y enseñó de Jesús según la verdad que está en él. Con respecto a
la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la
vieja naturaleza, la cual está corrompida
por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el
ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios,
en verdadera justicia y santidad.” Dios nos dice que nos quitemos esa ropa
cochina llena de pecadillos y Él nos da ropa limpia, solo debemos cambiar la
actitud de nuestra mente y estar dispuestos
a encontrar la verdadera identidad.
Y es que lamentablemente estamos divididos en
dos, el alma que está inclinada al mal y le encanta encochinarse con esos malos
hábitos, pero ahora tenemos también un nuevo corazón, un chip nuevo que Dios
nos da y nos ayuda a mejorar. Nuestro objetivo final es ser semejantes a Dios,
no es fácil y mucho menos rápido, pero si es un esfuerzo que vale la pena.
Entonces, ¿quién somos en Dios?... Para
empezar somos sus hijos, (1 Juan 3:1-2 NVI) “Fíjense qué gran amor nos ha
dado el Padre, que nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos
conoce, precisamente porque no lo conoció a él. Queridos hermanos, ahora somos
hijos de Dios.” Somos santos, y no porque seamos puritanos, si no porque al
ser hijos de un Dios santos, Él ya nos ve así. Somos amigos de Dios, y eso no
cualquiera ¡eh!, (Juan 15:15 NVI) “Ya no los llamo siervos, porque el siervo
no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo
que a mi Padre le oí decir se los he dado a conocer a ustedes.” Somos parte
de la familia de Dios, (Efesios 2:19 NVI) “Por lo tanto, ustedes ya no son
extraños ni extranjeros, si no conciudadanos y miembros de la familia de Dios.”
Somos escogidos especiales de Dios, (Col 3:12 NVI) “Por lo tanto, como
escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de
bondad, humildad, amabilidad y paciencia.” Aunque sea muy difícil de creer
Dios dice que haremos cosas mejores que las que Jesús hizo, (Juan 14:12 NVI) “Ciertamente
les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará y
aun las hará mayores.” Y somos nuevas personas en Dios. Parece un cuento de
hadas, ¿no?... Cómo Dios va a darnos tantas cosas buenas si somos bastante
malos; es sencillo, es porque nos ama y quiere que tengamos una mejor vida que
la que hemos tenido hasta ahora. Todo lo resumimos en un versículo escrito por
el apóstol Pablo: “A partir de ahora, ya no vamos a valorar a los demás
desde el punto de vista humano. Y aunque antes valorábamos a Cristo de esa
manera, ya no seguiremos valorándolo así. Ahora que estamos unidos a Cristo,
somos una nueva creación. Dios ya no tiene en cuenta nuestra antigua manera de
vivir, sino que nos ha hecho comenzar una vida nueva. Y todo esto viene de
Dios. Antes éramos sus enemigos, pero ahora, por medio de Cristo, hemos llegado
a ser sus amigos, y nos ha encargado que anunciemos a todo el mundo esta buena
noticia: Por medio de Cristo, Dios perdona los pecados y hace las paces con
todos.” (2 Corintios 5:16-19 TLA)
Nos guste o no, creamos o no, Dios nos hizo;
así que al ser el fabricante de este cuerpo tan loco y complicado que tenemos,
es mejor confiar en que tiene una mejor respuesta que la que podamos encontrar
en astros, filosofía, religiones, seres humanos, ideales, etc… Lo único que
Dios espera de nosotros es que decidamos creer en Él y entonces apropiarnos de
la mejor identidad, la identidad de Dios. Somos suyos, nos ama y solo así
encontraremos felicidad verdadera. Esta es la clave para relacionarnos mejor,
al descubrir quienes somos, lo amados que somos y el gran propósito que
tenemos.
¡Cambio y fuera!
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