sábado, 30 de julio de 2011

La lucha libre

Tenemos la dicha de ser personas únicas, especiales, con características tan peculiares que nunca encontraremos alguien igual, tal vez semejantes y afines en gustos o disgustos, pero nunca igual. La maravilla de ser tan diferentes, también nos genera una cantidad de conflictos interminable los unos con los otros. Y es que es tan común tener “problemas”, conflictos, desacuerdos; pero tan complicado poder resolverlos, y casi imposible llegar al común acuerdo y a la reconciliación.

Analicemos primero la diferencia entre un conflicto y un problema, porque la mayoría lo usamos como sinónimos y no es así. Un conflicto es una diferencia de idas, es decir, dos personas que no están de acuerdo en alguna situación. Y un problema es un conflicto no solucionado. El objetivo es aprender a resolver los conflictos y así evitarnos muchos problemas. Regularmente un problema es difícil de solucionar y destruye relaciones.

En primer lugar analizaremos cuál es la forma más común de resolver un conflicto entre seres humanos. ¿Qué haces cuando estás muy molesto con alguien? La lógica nos dice que hay dos formas de resolverlo: lo evitas o lo enfrentas. Cuando evitamos un conflicto, porque todos lo hemos hecho, caemos en dos conductas muy comunes, pero no correctas. La primera: Retroceder del conflicto, significa darle la vuelta; ¡sí! así de simple. Y es que muchísimas veces preferimos ignorarlo, darle la vuelta, “olvidarlo” para así evitar tomar acciones para resolverlo.  La segunda es: Quitar importancia de los puntos conflictivos, es decir, hacer menos aquella situación que nos está incomodando. Estas dos formas de evitar un problema son muy comunes, ya que son fáciles, no necesitamos “confrontar” a la otra parte, no tenemos que llegar a un acuerdo. Y la mayoría concluye en “se me olvidará, todo pasa, el tiempo borra todo”, pero también sabemos que eso no es cierto. Evitar los conflictos, solamente nos lleva a incrementar el coraje, el resentimiento, las envidias, que a la larga se convertirán en ira y enojo.

La segunda forma de resolver conflictos es enfrentándolos. Sin embargo no todas las formas de enfrentarlos son las correctas. La primera forma de enfrentarlo es: usar el poder para imponer una solución. Y es que todos llegamos a estar en cierto punto de poder sobre otros, en menor o mayor escala, es decir, si eres jefe, mamá o papá, hermano mayor, tienes amigos que te siguen, eres el líder de algún grupo o equipo, en tu grupo social tienes influencia sobre otros; entonces con mucha facilidad puedes llegar a “imponer” tu decisión final sobre el conflicto, y lo más común es que los demás no tendrán de otra, más que acatar tu decisión. La segunda es: hablarlo, sin llegar a algún acuerdo; es decir, ninguna de las partes involucradas está dispuesta a ceder. Es aquí cuando empezamos con las quejas y justificaciones, porque dimos nuestra opinión, escuchamos la del otro u otros, pero ni nosotros ni ellos estamos dispuestos a ceder. Esta opción nos deja igual o peor en la relación. La tercera es: Echarle la culpa a otro, la cual es una de las tentaciones más grandes que existen, ya que no hay nada más delicioso que justificarnos en las acciones ajenas, para eximirnos de la responsabilidad e inculpar a otro. Y pareciera que ya estamos enfrentando los conflictos, sin embargo, dejamos el proceso a la mitad. Y una vez más, el coraje, el enojo, la crítica, el egoísmo, se incrementan en nuestro interior.

Y es que dentro de la opción de enfrentar los conflictos, está la última opción. Es muy conocida, poco o casi nada practicada, y además es bíblica. Es la opción de Dios; la confrontación.  La confrontación tiene que ver con el cotejo entre dos ideas o dos personas, es decir, enfrentar a otra persona y debatir los puntos de vista. El objetivo de la confrontación al estilo de Dios es buscar la paz los unos con los otros, es decir, tratar de llevar una vida pacífica, a pesar de las diferencias.  
Confrontar es exponer el planteamiento de cada una de las partes involucradas y tratar de llegar a una conclusión que beneficie a todos. El objetivo sería llegar a la reconciliación, sin embargo no en todos los casos es posible. Reconciliarse significa <restablecer la concordia>, es decir, retomar la relación. Dios no nos obliga a reconciliarnos, pero si a estar en paz por medio de la confrontación; si nos reconciliamos es un regalo extra. Tenemos el ejemplo en la Biblia, sobre Pablo y Bernabé; Pablo el gran apóstol que predicó por todo el mundo conocido en los tiempos bíblicos, tenía un amigo llamado Bernabé, con quien hacía su trabajo de evangelismo. Un día Bernabé quiso llevar a Marcos, su sobrino, quien era un poco inmaduro al principio, pero poco a poco fue aprendiendo sobre el maravilloso trabajo que realizaban. Pablo era un hombre muy firme, duro y no paciente, que no pudo llevarse bien con Marcos. Así que Pablo y Bernabé entraron en conflicto, y antes de convertirse en problema, hablaron entre ellos y decidieron separarse, Bernabé se llevaría a Marcos consigo para seguir trabajando y Pablo se iría por su cuenta. Hicieron justo lo que Dios espera, buscaron la paz entre ellos, aunque no volvieron a ser compañeros de viaje y trabajo. Busquemos confrontar y enmendar nuestras relaciones, es mejor vivir en paz, nos conviene a todos.

Al momento de confrontar, es necesario tener en cuenta dos fundamentos. El primero es que este proceso empieza por mí, no importa si soy yo el que tiene la culpa o el otro, o tal vez ninguno de los dos; siempre empecemos nosotros. Mateo 7:1-5 nos reta de manera interesante. Dice que si estás en el altar en la iglesia, antes de depositar tus ofrendas y te acuerdas que tienes una diferencia con alguien, es necesario ir primero y resolverla y luego depositar la ofrenda. Me resulta muy interesante que Dios le da más importancia a solucionar nuestros conflictos unos con otros, que a depositar nuestras ofrendas. Y también me resulta peculiar el hecho de que mencione el hecho de estar a punto de dar las ofrendas, tal vez porque esta es una representación de algo tan santo y un momento donde nos sentimos muy obedientes a Dios al dar nuestras ofrendas. Pero para Dios es más importante el hecho de buscar la paz los unos con los otros. Y el segundo fundamento es que debemos arriesgarnos al enfrentamiento, ya que no siempre saldrá como esperamos, pero vale la pena tomar el reto. Ya sea que yo ofendí o que me ofendieron, debo tomar el reto.  

Y siempre recordemos que ¡reconciliarnos tiene mucho de bueno!. Tener un conflicto, confrontarlo y llevar a la reconciliación, produce una relación mucho más profunda, ya que desarrollamos la comprensión y la compasión. Además, aprendemos a reconocer un poco más la gracia de Dios. Mejoramos nuestra comunicación. Y nos conocemos mejor a nosotros mismos.

Tengamos siempre presente lo que nos menciona Mateo  en el famoso Padre Nuestro, la oración modelo, que si nos perdonamos los unos a los otros, entonces Dios nos perdonará. El perdón tiene ese pequeño candado, no solo esperemos que Dios nos perdone, es necesario que nosotros también nos bajemos de nuestro escalón de ego y resolvamos los conflictos para buscar la reconciliación y el perdón.



Cambio y fuera!

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